¡Ay Carmela!

2012 - 2013


Carmela y Paulino, dos artistas insignificantes de “escasas luces” y “mínima conciencia política” que sólo aspiran a sobrevivir con su oficio en medio de unas circunstancias particularmente adversas para el arte… y para la vida; se ven obligados a realizar, por el azar de “su mala estrella” y por la voluntad fabuladora del dramaturgo, una representación muy singular: la “representación de una improvisada Velada Artística, Patriótica y Recreativa” para celebrar, ante el ejército victorioso, la «liberación» de Belchite”.

Por causa de una espesa niebla, han cruzado las líneas republicanas para comprar morcillas en un Belchite que acaba de caer en poder de las tropas “facciosas”. Por tanto, sin comerlo ni beberlo están metidos “de hoz y coz” en el mismísimo «teatro de operaciones” de la gran ofensiva nacional de la Zona del Ebro. Precisamente el título de la obra (!Ay, Carmela!) está tomado del estribillo de una famosa y popular canción del ejército republicano, “El paso del Ebro”, alusiva a aquella dura y decisiva batalla.

Amelio Giovanni de Ripamonte, un teniente italiano fascista (en representación del pueblo italiano, que es tanto como decir del alma joven, recia y cristiana de Occidente) que irónicamente encarna al ejército “nacional” –no olvidemos que la propaganda republicana, y sobre todo el humor, se refirió a esa decisiva ayuda militar al general Franco del nazismo alemán de Hitler y del fascismo italiano de Mussolini y lo llamó muy expresivamente ejército “nacional”-, les conmina a que representen esa velada con que el ejército victorioso ha decidido celebrar en el Teatro Goya de Belchite la “liberación” del pueblo; al que por voluntad artística del dramaturgo asiste también el propio general Franco.

He aquí, por tanto, la situación dramática que Sanchis Sinisterra nos plantea en ¡Ay, Carmela!: una pareja de “artistas de variedades”, en el contexto del “teatro de operaciones” -siniestra expresión con que los estrategas del arte de la guerra denominan al espacio sobre el que plani- fican rigurosamente la destrucción y muerte del ejército enemigo-, de la guerra civil española, obligados a representar (“sub manu militari”; como quien dice, “con la pistola en la nuca”), una velada cuyo carácter de ficción reivindica irónicamente el dramaturgo al referirse a ella como tal “que la Historia no registra, quizá por el hecho, estéticamente irrelevante, de que nunca existió”.

Este contexto situacional se completa con “esa ocurrencia del comandante” de permitir la asistencia a la velada, como «última gracia», de un grupo de prisioneros republicanos de las Brigadas Internacionales, que han de ser fusilados a la mañana siguiente…», presencia decisiva para que se produzca el desenlace trágico.

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